"Ocho siglos antes de nuestra era, el viejo Hesíodo había
definido los cuatro períodos vividos por la humanidad: las edades de oro, de
plata, de bronce y de hierro. Después de él, pensadores y poetas antiguos
constantemente se hicieron eco del mito de la edad de oro, radiante utopía a la
que los versos de las Bucólicas y de las Metamorfosis asegurarían una
resonancia secular. La edad de oro no había conocido ni la guerra ni las
navegaciones lejanas. La edad de oro no había conocido la agricultura, inútil
para los hombres que se contentaban sabiamente con los recursos que la madre
Naturaleza les ofrecía sin que tuvieran que esforzarse en lo más mínimo: las
aguas cristalinas de los arroyos, las bayas de los madroños, las fresas silvestres,
las moras de los zarzales, las bellotas sabrosas, la miel fabricada por las
diligentes abejas. La edad de oro no había conocido la propiedad, fuente de
tantos males: las nociones de tuyo y mío no existían en ese tiempo
bienaventurado. La edad de oro no había conocido la malicia y el vicio; la
honestidad y la inocencia florecían en ella naturalmente en los corazones de
todos. La edad de oro no había conocido ni las heladas del invierno, ni las
lluvias del otoño, ni la canícula estival: en ella reinaba una eterna
primavera".
Maxime Chevalier (“Historia de la Literatura española”, Tomo
II. Ed. Ariel. Barcelona, 1994).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario