Estamos contaminados, irremediablemente, de medios de comunicación cuya finalidad consiste en inducirnos a que creamos que un determinado partido político es mejor que otro. La libertad de prensa ha pasado a convertirse en libertinaje, donde la ética y la moral han quedado aparcadas en favor del dominio mediático. Las reglas de justicia han caído por el retrete donde se guarda la economía periodística. Un periódico, hoy día, es una empresa de ganancia económica, que cotiza en bolsa y beneficia mediante sus medios de difusión a aquellas empresas, políticas o no, que han invertido en el mismo.
Cuando un periódico basa su defensa en la necesidad de proteger a una compañía petrolífera privada que va a ser nacionalizada, uno sólo tiene que buscar el patrocinio de esta compañía hacia aquel medio periodístico para comprobar cómo se intenta manipular al lector por cuestiones económicas externas a él.
Parecido pasa con la sección de política exterior de muchos medios. Intentar mostrar a una dictadura como una verdadera democracia, o viceversa, por el sólo motivo de obtener beneficios económicos con empresas de aquellos países, convierte este hecho en corruptivo.
A ese punto ha llegado la prensa internacional, a interponer sus ganancias por encima de la información, sabiendo que la objetividad informativa salva, en muchos casos, vidas humanas.
Es cierto que es difícil para cualquier medio mostrar imparcialidad; pero lo que no se debe es poner en peligro miles de vidas humanas.
Por el respeto a todos esos periodistas que mueren cada día por transmitir la realidad al mundo, el lector deberá ser más crítico con esos medios que normalmente ha seguido. Si no nos preguntamos, si ni siquiera dudamos un segundo al oír una determinada noticia, entonces el mundo está perdido.
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