Es posible que el título de
este artículo pueda resultar a algún lector un tanto incomprensible. Muchos
estarán pensando que un libro no cura el cáncer o no sana ninguna parte de
nuestro organismo que pueda estar enferma. ¿Qué podrán hacer un conjunto de
palabras que cuentan una historia o reflexionan sobre cualquier tipo de cosa?
Seguramente otros habrán
pensado rápidamente en los libros de autoayuda, que a más de uno, estoy
convencido, han servido de ayuda.
La verdad es que el libro,
según cómo lo acojamos, nos puede servir para salvar momentos difíciles en
nuestra vida. Para comenzar, hay que reconocer que es una excelente terapia
para la soledad y el aburrimiento. También es un gran consejero espiritual, e
incluso carnal (para los que gustan de ciertos consejos para satisfacer a la
pareja).
El libro ha sido un compañero
fiel durante siglos, facilitándonos recetas de cocina, antídotos frente a
enfermedades, o dándonos esa palabra que no sabíamos definir correctamente. De
pequeños, nos ayudaba enormemente en nuestras tareas, cuando aún no existía
internet.
Los de autoayuda han podido
servir para vencer depresiones o sobrellevarlas de la mejor forma posible. Y cuando
nuestros abuelos o padres tenían que recurrir a ellos desesperadamente para
bajarnos la fiebre, ahí estaban, siempre fieles.
Ahora, las más actuales
investigaciones han aclarado lo que muchos ya sospechábamos, que además ayudan
a prevenir enfermedades neurodegenerativas. Éstas, que no tienen todavía una
cura, se pueden prevenir gracias a la lectura. En nuestra genética, desde que
nacemos, aparecemos predispuestos a padecer distintas enfermedades, que nos
tocarán en algún momento a lo largo de nuestras vidas. Obviamente, muchas de
estas enfermedades no las advertiremos hasta que se empiecen a exteriorizar.
Así son los tipos de demencia, como la senil, que tanto conocemos en nuestros
mayores.
Está comprobado por estudios
médicos que quienes han estado leyendo toda su vida, y en sus genes están
predispuestos a sufrir algún tipo de demencia, como el Alzheimer, no tendrán la
afectación en sus cerebros como los que no se han habituado nunca al estudio y
a la lectura.
Una persona ignorante está más
predispuesta a tener mayor número de enfermedades mentales o neurodegenerativas
que quien está instruido. Así, se recomienda que todo humano dedique a la
lectura veinte minutos al día por lo menos.
Aunque no se especifica el
tipo de lectura que debe hacerse, me atrevería a decir que a mayor nivel, más
trabajo hará el cerebro, con lo que mayor será la prevención a este tipo de
enfermedades. Claro está que cualquier cosa que se lea es buena, puesto que se
está haciendo trabajar al cerebro, que es lo que cuenta.
Y en cuestión de trabajo a
nuestro órgano más importante, se recomienda también hacer crucigramas, sopas
de letras, además de juegos que tengan que ver con el léxico y la memoria,
puesto que es ésta la que más se daña en estos padecimientos.
A los que no tuvieron la
costumbre de leer, les puedo recomendar que comiencen por libros más cortos,
que les llamen la atención. El cuento suele ser muy socorrido, pues además de
ser corto, sus historias pueden atraer y mantener entretenido a su lector. Edgar
Allan Poe puede ser un buen comienzo para un lector más adulto que se esté
iniciando con los libros, sobre todo si es amante de las películas de misterio.
Otros autores que puedo
recomendar son Bécquer, y sus Leyendas,
que al ser cortas sirven para agilizar la lectura; Octavio Paz, los hermanos
Grimm, o Crónica de una muerte anunciada
de García Márquez. El objetivo es encontrar una lectura breve y dinámica que
convenza para seguir leyendo asiduamente. Después, el mismo lector será quien
elija ir subiendo el nivel a medida que va avanzando en sus lecturas.
Un libro no curará el cáncer,
pero puede ayudar a pasar el tiempo y, sobre todo, dejar de pensar por un
momento para sumergirse en un mundo completamente distinto, con historias
fantásticas o hechos históricos que permitan soñar y levantar el ánimo, que es
tan necesario cuando toca luchar por la vida.
El libro puede ser tu
compañero incondicional, que estará contigo en las buenas y en las malas. No
sabe de traiciones ni de lo perecedero pues, por lo general, es eterno, ya sea
a través de sus páginas o en el recuerdo de quienes algún día le acogieron. Si
lo conoces y lo aceptas en tu vida, difícilmente podrás sacarlo de ella, porque
se convierte en tu cómplice, que te ayuda y te permite soñar con un mundo mejor
o, al menos, más llevadero.
Francisco Javier González de Córdova
Artículo publicado en EDQM
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